Encendí la luz y recorrí la casa, cuyo desorden dejaba entrever la ingente cantidad de recuerdos tangibles que deja el bagaje de nuestra precaria existencia.
Intentábamos racionalizar, actuar de la manera más eficiente y rápida. Pero aun no me había acostumbrado a pisar aquel parqué sin dueña que lo fregase, a indagar entre los libros que ella leyese, a sentarme y observar el sillón que, desde imágenes infantiles, recuerdo ella siempre ocupaba.
Salí a la terraza, intentando contener aquellas lágrimas que escapan en el momento más inoportuno y esperado, como la propia muerte. A pesar de mis vanos intentos, noté correr por mi rostro frío largas y sinuosas lágrimas, desembocando y desapareciendo en la perpetuación del olvido...
Adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario